Buceo Autónomo
Pese a los avances conseguidos con la escafandra clásica la libertad de movimiento de los que se gozaba cuando se buceaba a pulmón libre era aún un desafío por conseguir. Ya en la antigüedad, como hemos visto antes, estaba documentado de alguna manera el empleo de odres de canero llenos de aire a modo de bombas de oxígeno. Habría que esperar al año 1680 para que el físico y matemático italiano Giovanni Alfonso Borelli diseñase su aparato de buceo autónomo. La idea, sin embargo, no era realizable ya que carecía de cualquier fundamento técnico pero no por ello carecía de cierto ingenio al aparecer, por primera vez, el empleo de unas aletas natatorias aunque más parecidas a unas garras que a otra cosa. Algo parecido ideó el inglés William H. Jomes en 1825 que llegaba a alcanzar unas 30 atmósferas de presión y no menos interesante fue la aportación del norteamericano Condert quien en 1830 situaba una botella de aire comprimido transportable en la espalda.
El aerofobo de los franceses Benoit Rouquayrol y Auguste Denayrouze (1861) no se trataba de un verdadero equipo autónomo ya que el aire era suministrado desde la superficie pero llevaba un depósito en el que ese aire se iba comprimiendo y de este depósito pasaba a una válvula que actuaba como regulador de presión y actuaba en la medida que el buzo iba aspirando. Ambos aparatos, depósito y válvula, eran transportados por el buzo atados a su espalda por unas correas y el aire llegaba a la boca del buzo a través de un tubo traqueal que iba directo desde la válvula a una boquilla que era la que se introducía en la boca del buzo. Una máscara cubría totalmente la cabeza y estaba provista de cuatro mirillas. En lo concerniente a la invención de aparatos que facilitasen la respiración debajo del agua no podemos dejar de mencionar al japonés Ohgushi quien en 1918 patentó un aparato autónomo de aire con válvula a demanda del buceador. Con él se llegaron a alcanzar profundidades de hasta 90 metros. Aquella primitiva idea de Leonardo da Vinci de dotar al buceador de “extremidades palmeadas” y que también fue proyectada por Borelli, se convirtió en realidad por el marino francés Corlieu quien patenta las primeras aletas de goma vulcanizada apareciendo por primera vez en el mercado en 1935. Un oficial de marina francesa ideó un aparato que constaba de un botellón de acero de 6 litros de capacidad cargado a una presión de 150 atmósferas que el buceador llevaba colgado delante o detrás, a la espalda. Esta botella tenía un grifo que llevaba acoplado un reductor de presión regulable, coincidiendo con el lado derecho del que salía una manguera de corta longitud que penetraba en una máscara tipo gran facial que cubría nariz y boca, con cristal panorámico muy similar al de las primeras gafas de buceo. Se trataba del Fernez-Le Prieur, siendo invención de Le Prieur si bien el primer nombre correspondía al socio del mismo. El mayor de los problemas que presentaba era el gran tamaño de la botella y que la autonomía con la que contaba no iba más allá de los quince minutos y en pequeñas profundidades si bien se pudo llegar a alcanzar los 50 m de profundidad. Una mejora de este invento vino de la mano de George Commheines en 1943 logrando alcanzar los 35 m. Emile Gagnan y Jacques Ives Cousteau, ingeniero uno y marino otro y de origen francés los dos, daban a luz al Aqua-lung o pulmón acuático. En el verano de 1943 se hizo la prueba definitiva en la que se demostró la efectividad del mismo. Este aparato, dentro de su único cuerpo tenía tres cámaras: una de alta presión, otra de baja presión y una tercera de presión ambiente. También presentaba la novedad de que todo el circuito respiratorio se efectuaba a través del regulador que tenía incorporados dos tubos traqueales de tipo anillado, uno de admisión del aire mediante la boquilla para aspiración desde la cámara de baja presión y otro desde la boquilla a la cámara de presión ambiente donde era expulsado al exterior. La autonomía estaba garantizada por tres botellas de cinco litros de capacidad cargadas, cada una de ellas, a 150 atmósferas. Dumas, miembro del equipo de Cousteau, llegó a alcanzar 63m de profundidad de 15 minutos de duración. Cuatro años más tarde este mismo buceador lograría alcanzar los 93m. España, entre otros países, logró obtener la licencia para la fabricación de este aparato abriendo así todo un mundo de posibilidades para la investigación y exploración de los fondos marinos accesibles a este sistema. La II Guerra Mundial contó con este nuevo hallazgo siendo utilizado por primera vez por militares italianos.