En las Pitiueses, y por lo tanto en Formentera, los casaments y las pequeñas parroquias demuestran que lo popular vence al tiempo. Los volúmenes se agrupan a veces en conjuntos que no llegan a aldeas, como es el caso de Balàfia. Pero como en Ibiza, las siluetas encaladas de las iglesias rurales son una de sus estampas más bellas. De formas sólidas y sencillas se amoldan al paisaje y a la arquitectura rural autóctona. Su particular fisonomía se debe a que estos templos eran también concebidos como fortalezas, ya que los campesinos debían refugiarse de los continuos ataques de los piratas berberiscos.
Formentera se situó en los circuitos internacionales a finales de los sesenta, cuando miles de jóvenes hippies recalaron en la isla como parte de un circuito no escrito en el que Goa y San Francisco eran otros de esos destinos mágicos. La represión policial fue muy dura; en tres años –de 1968 a 1970- se expulsó de España a cerca de cinco mil jóvenes contestatarios, muchos de los cuales ni pudieron llegar a Formentera porque las fuerzas policiales les impidieron, en Eivissa, embarcar con destino a Formentera.