Los primitivos pobladores de la isla nos legaron numerosos restos arqueológicos que se dispersan por diversos puntos de Ibiza. Pero sin duda, lo que más caracteriza al paisaje ibicenco, aparte de la peculiar silueta de la catedral que corona la capital, son sus construcciones populares. Las viviendas rurales de la isla, sencillas y blancas, han despertado en este siglo el interés y la cuirosidad de arquitectos como Josep Lluís Sert o Raoul Hausmann, que elogiaron la funcionalidad de estas casas construidas por los propios campesinos y de las que destacaron, sobre todo, su impecable adaptación a las necesidades vitales y su integración al entorno.
Estas edificaciones típicas del campo ibicenco se componen de una serie de cubos independientes que se van adosando según las necesidades de la familia. Los anchos muros de piedra de estas construcciones arcaicas y sus pequeñas ventanas constituyen uno de los mejores sistemas de aislamiento térmico que se conocen. Nada en esta arquitectura es gratuito o decorativo: los techos planos, las ventanas minúsculas, los hornos semicirculares adosados a la estructura o las techumbres interiores realizadas con sabina y rellenas de alga, con las que se retiene el calor y se evita la humedad.
Pero como el resto de las islas baleares, Ibiza también fue asediada por los piratas, por lo que fue necesaria la construcción de torres defensivas. Destacan la Torre del Carregador de sa Sal, en Playa d"en Bossa; la torre de ses Portes, en ses Salines; es Savinar, frente al islote de Es Vedrá o la torre d"en Rovira en las playas de Comte. Estas torres cumplían una doble misión, por un lado vigilaban, y por el otro servía a los vecinos como refugio a la hora de los ataques. Una defensa que también se aplicó a las iglesias, que se diseñaron como fortalezas para que los campesinos se pudieran refugiar de las invasiones berberiscas. Las más importantes son la de Portmany; la de Sant Jordi,la más peculiar; la de Sant Miquel, la más bella o la de Santa Eulària, desde la que se observan unas preciosas vistas.
Las iglesias edificadas por necesidades defensivas Santa Eulària, Sant Miquel... destacan por su rotundidad, su situación estratégica y sus mayores proporciones. Buscar –en pleno verano- la sombra de los porches de la iglesia de puig de Missa, en Santa Eulàlia, constituye un cuasi pecado por lo que de alivio y placer y físico supone.
Habrá quien se sienta seducido por el encanto sencillo de las pequeñas iglesias. La de Santa Agnès, por ejemplo, es amable, y atravesar el valle de Corona es una gozada que toma categoría de gran placer si se hace coincidiendo con la floración de los almendros.
Respecto a las tradiciones, las manifestaciones culturales autóctonas han recobrado en los últimos años protagonismo, proliferando los grupos de ball pagés o deportes como el tir amb bassetja. Los bailes típicos se celebran a la puerta de las iglesias y en estas danzas destacan los briosos saltos del hombre frente a los movimientos lentos de las mujeres. La música folclórica pitiusa gira en torno a unos instrumentos casi arqueológicos: las castanyoles de grandes dimensiones, la flauta de sonido dulce y el tambor, que es tocado con un solo palo.
Con la declaración de Patrimonio de la Humanidad aún reciente, Eivissa se afana en promocionar la parte menos conocida de su oferta turística, la cultural. Folletos y guías al uso recogen los 2.700 años de historia de la ciudad de Eivissa. Prácticamente todas ellas, sin embargo, pasan de largo de la particular primavera artística y cultural que la isla vivió en los años treinta del siglo pasado. Gentes de toda Europa, algunos de ellos huyendo de la convulsión política provocada por el nazismo, se dieron cita en una isla entonces anclada en el pasado y económicamente muy asequible.
Personajes de la vanguardia europea del momento, como Raoul Hausmann o Walter Benjamin,se sintieron atraídos por una isla tolerante, bella y con elementos como la casa pagesa, la vivienda tradicional, cuyas características despertaron el interés de arquitectos del movimiento moderno como Josep Lluis Sert. Rafael Alberti y María Teresa León se vieron sorprendidos en la isla por la insurrección de julio de 1936, rápida pero efímeramente neutralizada por fuerzas republicanas; Rafael y María Teresa vivieron agazapados en los bosquecillos de Eivissa unos días, compartieron luego la vuelta a la legalidad constitucional unida a alegrías revolucionarias y, finalmente, en septiembre de 1936,abandonaron la isla junto a un puñado de republicanos en la que sería su primera huida.
Walter Benjamin pasó temporadas de intenso trabajo intelectual durante la década de los treinta en Eivissa y, pese a ello, su figura no es reivindicada en la isla, como lo es en Portbou, donde circunstancialmente acabó su vida en 1940.
Uno de los mayores pensadores del siglo pasado vivió en Sant Antoni; su morada, un corral reconvertido en habitación para alquilar al entonces incipiente turismo, estaba junto al molí de sa Punta, fácilmente localizable porque ha sido restaurado y la casa contigua convertida en espacio cultural. Es esa pequeña península en plena bahía de Portmany, Benjamin escribió Espacio para lo valioso, una reflexión estética en lal que está presente la arquitectura tradicional de la isla:
.. “Estas paredes se encalan varias veces al año, y delante de la del fondo se alinean en orden estricto y simétrico, tres, cuatro sillas. En torno a su eje central, en cambio, oscila el fiel de una balanza invisible, en cuyas bandejas la bienvenida y el rechazo quedan equilibradas”.
... “Más o menos todos son valiosos. Y el secreto de su valor es la sobriedad –aquella austeridad del espacio vital en el que ocupan, no solamente el lugar que en este momento tiene adjudicado,sino el espacio para ocupar continuamente nuevos lugares a los que son llamados. En la casa en la que no hay cama, lo valioso es la alfombra con que se cubren de noche sus habitantes, y en el carro sin asientos, es el cojín que se coloca en el suelo duro. En nuestras casas bien equipadas no hay espacio para lo valioso, porque falta el margen de libertad para que preste sus servicios”
¿Qué relación tienen estas reflexiones de Benjamin con Eivissa? El turista al uso difícilmente la hallará. Pero cualquier mente despierta entenderá mejor al pensador alemán después de haberse recreado contemplando la arquitectura tradicional de la isla [atención,las copias miméticas abundan]. Para imbuirse en ella siempre hay la alternativa de ir hasta Sant Llorenç de Balàfia, dejar el vehículo junto a la iglesia, y tomar el camino –sin asfaltar pero practicable- que en un paseo de veinte minutos lleva hasta el poblado de Balàfia, un compendio de tradición etnológica y arquitectónica, que incluye la faceta defensiva propia de una tierra de frontera. Una vez en Balàfia, sobran las palabras; hay que disfrutar de la placidez, rendir culto al silencio y, sobre todo, no romperlo.
Otros muchos artistas e intelectuales coincidieron en la Eivissa de los treinta, como Elliot Paul o Raoul Hausmann, pintor, poeta, fotógrafo y uno de los más destacados miembros del movimiento dadaísta, que vivió en Sant Josep con su mujer y su amante, la bella Vera Broïdo. Aún hoy, junto a la iglesia del pueblo, está Can Llorenç, un bar en el que Hausmann escandalizaba con su actitud displicente e, incluso, con montajes dadaístas a los conservadores locales para regocijo de los izquierdistas, que hicieron “d’en Raül” uno de los suyos. Penetrar en can Llorenç constituye un recomendable ejercicio.
La trayectoria vanguardista de Hausmann abrió en Eivissa un paréntesis para fotografiar la arquitectura tradicional y popularizarla entre las vanguardias europeas.También escribió una novela, “Hyle”, cuyo estilo dadaísta no diluye su naturaleza de gran reportaje sobre la Eivissa que, a pesar de los pesares urbanísticos, puede disfrutarse aún en las zonas del interior:
... “¡Higuera! ¡Higuera! Espacio amplio de hojas verdes. Espacio de sombreas. Contra el sol. La casa, muy al fondo del camino, parece una cueva excavada en la roca.”
... “Una franja amarilla en el resplandor verde manzana de la tarde y arriba un aire negro; en lo oscuro se peina la tierra, el mar y la isla. La línea de la bahía de cala d’Hort se perfila con dureza: la subida tiene que ser empinada.Los seis se acercan más y más al abismo: se esfuerzan, en silencio, en llegar al lugar, una especie de escalera, que desciende la pendiente. Los gritos agudos de los colores encendidos empiezan a apagarse. El atardecer empieza a hundirse como plomo. Abajo, tienen que bajar, como el día, tienen que encontrar el suelo, el suelo de la playa, que está bajo ellos extendida, entre ellos y frente al cap Blanc. Lisas espaldas de gigantes de caliza azul. A la derecha, es Vedranell, sumergido en un mar color uva, como una oruga. Y como un diente gigante: es Vedrà.”
Como muy posiblemente le sucedió a Hausmann, la primera visión del islote de es Vedrà tiene siempre algo de relación iniciática. De hecho, ello viene sucediendo desde hace miles de años, por lo que uno de los mejores puntos de observación de es Vedrà en el yacimiento arqueológico de ses païsses de cala d’Hort, bien señalizado en la carretera que conduce hasta cala d’Hort; este yacimiento constituye todo un compendio de la historia antigua de Eivissa y es un asentamiento rural ocupado desde la época púnica hasta la bizantina . Aún en pleno mes de agosto es menos probable encontrarse rodeado de turistas competentes en estas païsses que junto a la torre de defensa del Savinar, otro punto privilegiado para gozar de es Vedrà y que, en este caso,forma parte de la ruta ibicenca de Blasco Ibáñez, que rebautizó la torre como “del Pirata” e hizo habitar en ella al protagonista de Los muertos mandan.