Saliendo de Puerto Príncipe por su puerta sur se inicia el camino hacia Jacmel. Después de un paseo de dos horas atravesando un bellísimo paisaje montañoso se llega a la bahía de que da nombre a la ciudad y que, majestuosa, extiende su opulencia azul al pie de las montañas. La ciudad, pequeña perla, duerme en lo hondo de la bahía como un capricho abandonado por el tiempo, casi intacto en los ve ... stigios de su esplendor.
Sus casas estocadas, con balcones de hierro forjado, se remontan a principios de siglo, la edad de oro del café. En esa época la ciudad bullía de animación, y su puerto acogía cargueros venidos de todo el mundo. Hoy, languidece como una pequeña comunidad de artistas haitianos, europeos y americanos, que se han refugiado en ella, animando el ensueño de sus fantasías y convirtiéndola en una especie de Ibiza del Caribe. Si se tiene la suerte de visitar Jacmel en época de Carnaval, hay que perderse sin reparos en el más hermoso y confidencial cortejo de las islas. En su ambiente de fiesta de feria, las máscaras de `papier maché`, de rutilantes colores, bailan salidas directamente de sus sueños y sus pesadillas.
Jacmel es la ciudad de Préfète Duffaut, su pintor. Pintó incansablemente la1 ciudad y la bahía, adornadas con el caudal de su imaginación. Jacmel es también la ciudad de René Dépestre, premio Renaudot 1987. Hadriana, su célebre heroína, al igual que otros personajes de sus novelas, se pasea por las calles, las plazas, las viejas casas de Jacmel, ciudad de todos los sueños.
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