El peculiar aspecto urbanístico de Maó -y de gran parte de otras poblaciones menorquinas- se debe al Tratado de Utrecht (1713), cuando Menorca pasa a dominio inglés. Como legado de aquellos días coloniales le queda a la ciudad sus casas georgianas con postigos verdes y ventanas de guillotina.
Los ingleses convirtieron a Maó en la nueva capital de la isla, arrebatando este privilegio a Ciutadella e impulsaron sectores económicos como la agricultura, los astilleros o el comercio.