En 1.277, una pequeña villa portuaria recibía la carta de puebla, convirtiéndose la ciudad de Palamós en un estratégico punto que acogería a la flota catalano-aragonesa y que se fortificó para una mejor defensa. Las galeras hispanas fondearon en el puerto durante el siglo XVI, por lo que fue atacado en ocasiones por los enemigos de los Austrias. Ya en el siglo XVIII, la industria del corcho convertirá a Palamós en una población próspera hasta su regresión durante la Primera Guerra Mundial.