Los orígenes de Ponferrada se encuentran en un presidio romano, una fortaleza que formaba parte de la cadena de guarniciones destinadas a proteger los yacimientos auríferos bercianos. En torno al asentamiento militar crecería un núcleo urbano que fue asolado por el rey visigodo Teodoro en el año 456. Pero a partir del siglo IX se inició un período de apogeo en la ciudad por las peregrinaciones jacobeas.
El rey Fernando II de León cedió la ciudad a los templarios en el año 1.178. Esta legendaria orden de monjes-guerreros, enseñorearon el Bierzo hasta 1.312, cuando su hermandad fue disuelta y ellos expulsados de los territorios de la Corona castellana. A partir de este momento los nobles de la ciudad intentaron apoderarse por todos los medios del gobierno local y de los bienes de la orden. Las disputas concluyeron en 1.486, cuando los Reyes Católicos agregaron la ciudad al patrimonio señorial de la Corona castellano-aragonesa.
En el siglo XVI la ciudad experimentó un período de decadencia debido a la menor confluencia de gente en la ruta jacobea, pero Ponferraba se salvó de la ruina en los XVII y XVIII, cuando se convirtió en centro nuclear de la actividad agraria y mercantil comarcal. Ya en el siglo XX fue la expansión de la minería berciana la que impuso a la villa ser centro de distribución de su cuenca carbonífera.