La República Dominicana cuenta con aproximadamente 7.800.000 de habitantes con una densidad de 160,3 habitantes por kilómetro cuadrado. De su población se estima que el 70% son mulatos, el 16% blancos y el 14% de raza negra. No queda ningún reducto de población india, ya que desapareció durante los primeros años de la colonización. Muchos haitianos viven en la República Dominicana, mientras que cerca de un millón de dominicanos lo hacen en Estados Unidos o Europa.
El crecimiento de la población en los últimos 70 años ha sido vertiginoso, por lo que puede decirse que el país está habitado mayoritariamente por gente joven. Los fenómenos de la expansión urbana, que se concentran sobre todo en Santo Domingo, hacen que en ella vivan más de dos millones de habitantes.
El pueblo dominicano se ha ido formando durante los últimos siglos con la aportación de rasgos culturales procedentes de todos los lugares del mundo, fundamentalmente de España y de Africa. De los indígenas taínos apenas quedan algunos elementos materiales y ciertos rasgos del carácter, una forma de ser que apenas da importancia al tiempo y que tiene mucho que ver con los ambientes propiamente caribeños. Quedan también ciertos alimentos que forman parte de la dieta dominicana, sobre todo en las zonas campesinas, así como algunos elementos de la vida diaria como la hamaca, el macuto, la cerámica de barro y algunos productos de la medicina tradicional.
De los españoles sobrevive casi todo: desde los productos básicos de su economía, como la caña de azúcar y el café, hasta el diseño urbano, pasando por el sistema jurídico, el idioma, la religión, la poseía popular, los refranes, los cuentos y los juegos infantiles, numerosas artesanías, así como algunos ritmos musicales y algunos bailes.
Todo ello está, sin embargo, aderezado con una buena dosis de sincretismo con las culturas africanas, de las que los dominicanos han heredado parte de su sensualidad, de su cosmogonía, de la dimensión mágica de la vida, del lenguaje corporal, del gusto por los colores vivos y, sobre todo, de la música, el baile y el vudú, así como ceremonias relacionadas con el nacimiento, la pubertad, el matrimonio y la muerte.
Además de estos elementos, los dominicanos han recibido también influencias de los franceses, holandeses, norteamericanos, haitianos, turcos, japoneses, italianos... que han influido e incluso desarrollado diversas subculturas regionales. De una región a otra se pueden ver diferencias idiomáticas, formas de expresión diversas, creencias y costumbres muy distintas.
Pero es en la religión donde se expresa, de mejor forma, el mestizaje y el sincretismo entre lo español y lo africano, hasta lograr lo genuinamente dominicano. La mayoría de la población es católica, aunque en los últimos tiempos, las religiones protestantes han cobrado muchos adeptos.
Por otro lado, son numerosos los dominicanos que, a pesar de confesarse católicos, creen en el vudú. Como religión, ésta admite la creencia en seres espirituales o divinidades. Una parte fundamental del vudú son sus rituales, en los que la danza tiene un gran protagonismo. Para los visitantes es difícil contemplar un verdadero culto, ya que estos se celebran en lugares poco accesibles y se dirigen solamente a los ya iniciados. Existen, sin embargo, sesiones dirigidas a los turistas. Hay que aclarar que en la República Dominicana el vudú es propiamente la santería, resultado entre la mezcla del vudú haitiano y el cristianismo europeo.
El carácter del dominicano es uno de los grandes atractivos de este país, puesto que es un pueblo hospitalario y alegre, a pesar de las condiciones precarias en las que vive gran parte de la población. El dominicano destaca por su sentido musical, por su alegría, que se combina con una extraña melancolía, por su absoluta creencia en los símbolos y por su receptividad al cambio. Es un pueblo que se adapta fácilmente a las reformas, que emigra alegremente y que incorpora muy fácilmente lo que viene del extranjero. Además, el dominicano es profundamente familiar y tiene en un alto valor las relaciones personales.
La mayor parte de estos rasgos son fruto del mestizaje. A diferencia de las colonias anglosajonas de América, el cruce de las razas fue muy frecuente en la República Dominicana. La mezcla entre los diferentes grupos étnicos (principalmente criollo y negro) contribuyó al nacimiento de una cultura propia y original en la isla. La influencia española se percibe en los pueblos, especialmente en las manifestaciones religiosas. Cuando la comunidad sufre alguna desgracia, como epidemias o sequías, se realizan procesiones para suplicar la ayuda de los santos, principalmente de la Virgen. La procesión parte de un determinado lugar para dirigirse hacia los frecuentes "calvarios" que suele haber en las cercanías de todos los pueblos dominicanos. Destacan los cultos a la Virgen de Dos Caras, la Virgen de Altagracia y la Virgen de las Mercedes, que se disputan el fervor de los devotos.
Las ceremonias funerarias constituyen un acontecimiento social importante en la vida de los dominicanos. Cuando alguien muere, lo entierran al cabo de 24 horas, pero durante nueve días y nueve noches, familiares y amigos se reúnen para rezar la novena en su casa, se dan comidas y se llora al muerto. El velatorio alcanza su punto culminante la novena noche y el último día se quita el altar y se abren de par en par las puertas de la casa, para que el espíritu del difunto se vaya y los familiares puedan proseguir su vida normal.
Algunas de las creencias que se encuentran en la República Dominicana pertenecen -como en el resto de los países de Hispanoamérica- a las creencias populares como el hecho de que vender a crédito por la mañana traerá mala suerte para el resto del día o la creencia de que si una muchacha se cruza por la calle con un cura y no se cubre su cara con las manos, corre el peligro de no casarse nunca, o bien, el hecho de que los campesinos suelan atribuir sus males a los espíritus malignos. El único ser que posee las fórmulas para alejar los maleficios es el curandero, que algunas veces cuenta con fórmulas que pertenecen a la farmacopea popular.
Otro de las costumbres propiamente española y que ha tenido un buen arraigo es la siesta. Las plazas sombreadas suelen ser buenos lugares para descansar o para una amigable tertulia. Y es que la influencia española es evidente en la sociedad dominicana, se deja sentir en múltiples facetas, desde la experiencia religiosa hasta el trato con los semejantes. Puramente dominicanos son el ron, el dominó y el baile, las tres grandes aficiones de todo dominicano.
La música y la danza son dos de los elementos más característicos del país y ambos están impregnados de influencias indias, españolas y negras. La música dominicana, sin embargo, presenta características originales (ver el apartado de Arte y Cultura). El baile nacional es el merengue que -según la leyenda- fue creado por los soldados dominicanos después de su victoria sobre los haitianos en uno de los conflictos con el vecino país.