En Toledo hay una torre llamada Torre de San Cristóbal, y eso es lo que queda de una antigua iglesia mudéjar dedicada al Santo al que se le pidió ayuda contra las plagas. Muy cerca, alrededor del año 800, dicen que es donde se produjo el episodio más brutal y salvaje de aquellos tiempos.
Según la versión más tortuosa de la historia, la ciudad estaba gobernada por un tal Yusuf, un tipo despótico y malvado que se aprovechó de su poder, y la gente del pueblo acabó rebelándose contra él y matándolo. Por eso, el jefe supremo de al-Andalus, el califa Al-Hakem, decidió enviar un nuevo gobernador y, si lo crees, fue el padre del fallecido quien solicitó el honor. 
Su nombre era Amrus y prometió ser justo y equitativo para compensar a la ciudad por los ultrajes de su hijo. Así que se puso al mando de esa mezcla de razas y creencias que era entonces Toledo y la gobernó con prudencia y honestidad durante un tiempo. El tiempo suficiente para que los nobles que habían liderado la revuelta contra su hijo pudieran respirar aliviados y sentirse seguros. Pero, como puedes imaginar, no fue así.
Un día, Amrus anunció la celebración de un espléndido banquete en honor al hijo del Califa que pasaba por la ciudad. Y, por supuesto, invitó a todos los miembros de la Realeza Toledo, que se prepararon con sus mejores galas mientras la guardia del anfitrión afilaba sus armas.
Cayó la noche, y entre antorchas, cientos de nobles iban llegando al lugar de la fiesta. Uno a uno, los soldados los condujeron a un área aislada donde les cortaron la cabeza y arrojaron sus restos a una zanja en absoluto silencio. Después de decapitar al último de los invitados, y con la zanja inundada de sangre y cadáveres, Amrus se aclaró la garganta y, poniendo su mejor cara, declaró que su hijo podía descansar en paz porque se había tomado venganza.
Y debido a este episodio de la historia es por eso que se usa la expresión española “Noche Toledana” cuando alguien ha tenido una mala noche.
La iglesia ha sido recientemente restaurada.