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Cultura de Chile


Arte y Cultura en Chile

El Arte en la época Prehispánica

Dentro del período que comprende el Paleolítico Americano, los hallazgos en Chile son aún escasos pero prometedores y valiosos. La región chilena de mayor interés arqueológico es, sin lugar a dudas, la de Atacama, al norte del país. Una región con fuerte influencia de la cultura Tiahuanaco y con profundas raíces incaicas en la arquitectura y en la cerámica. El norte de Chile está considerado como un área de civilización, desarrollada por atacameños y diaguitas.

La presencia incaica, en las artes y en la cultura popular, se explica fácilmente si se tiene en cuenta que la región que va desde el norte de Chile hasta el río Bio Bío fue provincia del poderoso Imperio Inca. Sin embargo, al sur de este territorio también se extiende la influencia cultural de los incas entre los diversos y aguerridos pueblos araucanos, que elaboraron una cerámica propia algo tosca y sin excesivo decoro, pero de gran belleza. Estos pobladores habitaban en chozas de madera de planta circular y cubiertas de paja para guarecerse de las inclemencias del tiempo. Sus tallas en madera no son de gran elaboración, según las muestras que de sus restos prehistóricos han perdurado, entre las que figuran hachas de mando, bastones y otros utensilios domésticos.

La estratigrafía de la región atacameña chilena es bastante completa y se puede leer en ella el paso paulatino de la historia. Según esta lectura podríamos distinguir un primer período, que va de los siglos V al IX aproximadamente, de construcciones líticas amuralladas, llamadas pucarás. Este tipo de edificaciones, que aparece por regla general en cerros elevados, consiste en piedras superpuestas según la técnica pirca, es decir, una técnica sofisticada de construcción que no requiere argamasa. Estas construcciones líticas forman poblados, cuyos restos pueden verse en Catarpe, San Pedro de Atacama, Turi, Zapar, etc. En ellos se han encontrado palas y bastones de madera, azadones de piedra y molinos de mano. Como buenos guerreros, usaban arcos hasta de un metro de longitud con cuerdas de tendones. Las puntas de sus flechas eran de madera, de piedra o de huesos de animales. También poseían escudos, elaborados en cuero, y cascos trabajados en madera y algodón. Además, de aquella época, se conservan ponchos de lana de vicuña o de llama, con dibujos en colores.

La cerámica, además de los abundantes y útiles pucos (escudillas), está representada por delicadas vasijas, jarras globulares, cántaros y tazas. La figura humana, aunque se representa algo rígida en diversos colores, es de una abstracción y de una modernidad asombrosa, al ser capaz de captar los rasgos esenciales de su raza, las emociones humanas y la fantasmagoría de la reproducción, reflejando con ello una vida difícil.

En un segundo período, que media entre los siglos IX y XIII, la cerámica es de un color negro, con dibujos geométricos, sobre todo de los grupos diaguitas. Esta cerámica con motivos decorados en negro sobre fondo rojo se ha denominado draconiana, debido a que por lo general representa estilizados animales felinos, a modo de dragón.

En el tercer período, entre los siglos XIV y XVI, período de claro dominio incaico, se sitúan los restos de metalurgia y cestería que más se conservan, así como los petroglifos, dibujos en piedra que todavía sobrecogen por su originalidad y crudo primitivismo. En el Valle de Azapa -cercano a Arica- y en el Valle de Lluta, pueden distinguirse todavía estos grandes dibujos en las laderas de los cerros. Valiosas muestras de este período artístico pueden contemplarse en el Museo de Historia Natural de Santiago de Chile.

El Arte en la época Colonial

Como es bien sabido, este extremo de Hispanoamérica presentó enormes dificultades para el asentamiento de la cultura española. Una geografía áspera e inmensa, que albergaba a los indios más bravíos de América, hizo que fuera una región tremendamente difícil de dominar. Aunque el dominio de los indios fue una tarea larga y penosa, finalmente en el siglo XVII, con la paz, se inició una etapa de reconstrucción de las ciudades abandonadas y la fundación de otras nuevas, que abrió la posibilidad para que la arquitectura y las demás artes se manifestaran con cierto decoro y dignidad.

El barroco hispánico conservó en Chile las plantas inertes de forma octogonal, aunque con algunas célebres excepciones de esta norma general, pues también hubo intentos de novedosas búsquedas espaciales. Así, algunos documentos nos hablan de iglesias de planta central, circular u ochavada.

Los planos conservados en el Archivo de Indias son testigos de que la arquitectura limeña tuvo un enorme influjo en Chile, lo que se corrobora con un sorprendentemente bien conservado dibujo de la fachada de la Catedral de Concepción. Dentro de esta tónica destaca la torre del Convento de Carmelitas de la Cañadilla, de Santiago (1773). También los primorosos balcones mudéjares, que tanto carácter dieron a la arquitectura limeña, fueron imitados en el Chile hispánico.

A estas influencias inmediatas vinieron a sumarse otras lejanas, procedentes de Baviera, especialmente en las artes menores y aun en la arquitectura, como puso de manifiesto la desaparecida iglesia de la Compañía de Santiago. Quizá la aportación chilena más original de esta época se produjo en el ámbito de la arquitectura doméstica, hasta el punto de que esta escuela popular se constituyó en una de las más variadas de América, pese a sus formas sencillas a base de volúmenes elementales conseguidos con el uso oportuno y realista de materiales propios de la región.

Los monumentos coloniales de mayor interés se encuentran en las provincias de Atacama, Tarapacá y Antofagasta, donde hay numerosas capillas. Una de las características más sobresalientes de estas pequeñas iglesias es la de que la torre del campanario, por lo general, está aislada del resto de la iglesia, algunas veces a cierta distancia.

Además de esta arquitectura popular se desarrolló, en la segunda mitad del siglo XVIII, una corriente académica iniciada por los ingenieros militares. Se dio el caso paradójico de que Chile, tan escaso de tradición artística frente a otros países, pasara súbitamente a la cabeza del movimiento neoclásico, sincronizándose casi con la metrópoli. Debido al escaso auge que tuvo el barroco en Chile, el neoclasicismo se impuso sin que el estilo precedente mostrara mayor resistencia. La imposición del nuevo estilo está ligada a la figura arrolladora de Joaquín Toesca, 1745-99, que tiene en la Casa Real de la Moneda, su obra más representativa.

Siglos XIX y XX

En el siglo XIX trabaja en Chile el escultor francés Augusto Francois, profesor de la Academia de Bellas Artes y maestro de Nicanor Plaza. En pintura destaca Raimundo Monvoisin, fundador en 1824, de una academia de pintura en Valparaíso.

Es en el siglo XX cuando el arte chileno alcanza un mayor esplendor. La arquitectura está representada por Claudio Ferrari Peña, cuya labor está encaminada hacia el urbanismo. La primera figura de interés dentro del campo de la pintura es la de Onofre Jarpa. En el año de su nacimiento se crea en Chile la Academia Oficial de Pintura, en donde se formarán artistas como Pedro Lira y Ernesto Molina.

Coincidiendo con la estancia en Chile de Francisco Alvarez de Sotomayor, como director de la Academia Oficial de Pintura, se da a conocer la llamada Generación de 1913, en su mayor parte paisajistas y retratistas.

El grupo los Independientes contrasta con el anterior por su carácter innovador, preparando así el camino al Grupo Montparnasse, de formación parisina. Esta oleada de renovación artística provocó la supresión de la Academia Oficial (1929) y su sustitución por la nueva Facultad de Bellas Artes (1930), mucho más vanguardista.

La máxima figura de la pintura chilena del siglo XX es Roberto Antonio Matta Echaurren. Su personalidad fue decisiva para la evolución vanguardista y ha dado pie a las nuevas generaciones de pintores jóvenes.

Música

Dentro de su rica gama, la música de Chile no ofrece un acento tipológico. De un centenar de compositores destacan Soro, H. Allende y G. Becerra y sólo Allende intenta el filón nativista.

En el año de 1600 hay autos sacramentales, gozos y estribillos, generando farsas, romances y música popular profana. En 1707 llegan claves y música hogareña, mientras que a mitad del siglo, frailes foráneos divulgan diversas obras. A comienzos del siglo XIX, en todo el país hay arpas, guitarras, claves, pianos, violines, violonchelos, instrumentos de viento y percusión. Dos músicos de extracción popular, el violinista Robles y el clarinetista Zapiola, compositores asimismo, junto a Isadora Zegers, española diestra en canto rossiniano e instrumentos, crean una Sociedad Filarmónica (1827), antesala de la ópera. Chile pasa a ser el emporio lírico americano. Dos consecuencias conllevan esta gesta: el Conservatorio Nacional de Música (1849) y el Teatro Municipal (1857).

El rico venero étnico austral, como las expresiones del agro central y mineras del norte, forman un conjunto pintoresco solamente circunstancial. Bardos populares (Pérez Freire, Molinare, Violeta Parra), son acogidos con reserva. La “canción protesta” (Alarcón, Jara, Manns) se abre camino.

Literatura

La literatura chilena, que originalmente se orientó a la historia, y posteriormente se hizo fecunda en novelistas y en poetas, se caracteriza por su sobriedad, su desdén del exceso retórico, su parquedad en la expresión y en la forma del lenguaje. Andrés Bello, padre de las letras chilenas, enseñó a Chile a leer, a pensar y a escribir con un rigor y medida que se ajustaban al temple moderado, tranquilo y austero del alma nacional.

Puede decirse que, en contraste con otros, el castellano usado en Chile se ha caracterizado por ser simple y sin atuendo, pero limpio y receloso de la innovación inmediata. Este mismo rigor ha permitido a Chile crear una literatura homogénea, que cultiva todos los géneros, y se ha singularizado por aportar al idioma castellano, sobre todo en el dominio de la palabra poética, tres influjos renovadores: Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Pablo Neruda.

Gabriela Mistral trae a la poesía castellana una primera voz cósmica. Se sale del laberinto interior para enfrentarse con Dios y las fuerzas naturales y sobrenaturales. Un vigor de protesta, un clamor de queja, unas veces airada y otras sencilla y humilde, penetran el lenguaje y las metáforas. De la protesta palpitante en Desolación, pasa Gabriela Mistral a la resignación de Tala para entrar en el renunciamiento casi monástico de Lagar. Todo este tránsito espiritual se acusa en las variaciones del estilo, que cada vez rechaza más la opulencia y la alta orquestación para refugiarse en la desnudez casi lineal. En 1945 recibió el primer Premio Nobel que se le concedía a un escritor latinoamericano.

Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, la poesía europea siente las sacudidas del dadaísmo, el surrealismo y el cubismo, a los que se añaden el creacionismo y el ultraísmo español. La renovación de la poesía de habla castellana experimenta dos influjos nítidamente chilenos: primero, el de Vicente Huidobro y luego el de Pablo Neruda.

Huidobro rompe con todo lo externo y arrasa con todos los cánones lógicos hasta entonces aparentemente acatados. La inspiración queda en libertad, las palabras se emancipan y el inconsciente ordena el nuevo mundo expresivo. Una honda angustia, una sensibilidad azorada y maravillada tiemblan bajo la acrobacia huidobriana, que mostrará su alta capacidad creadora en sus versos de “Altazor” y su arrebatado dinamismo lírico y evocador en “Mío Cid Campeador”.

Neruda, que traspasa pronto la frontera romántica y doliente de “Crepusculario” y “Veinte Poemas de Amor” y una “Canción Desesperada”, abre la puerta al surrealismo. La acumulación caótica, la superposición de temas en un agolpamiento y un desorden borboteantes, el acento desencantado del que asiste a la destrucción de un mundo interno y externo, confieren una nota dramática a sus poemas. “Residencia en la Tierra” (1925-35) es la adhesión a lo terrestre y telúrico, pero no desde la oposición de una conciencia, sino desde la identidad con un inconsciente vegetal y mineral. Posteriormente, Neruda emerge a una poesía en que poco a poco se perfilan temas de proyección objetiva e histórica. La grandeza de “Alturas de Machu Picchu”, en su “Canto General”, y las Odas serenas y casi burguesas de los últimos años, revelan en el primer caso el despertar de una poesía humanizada y solidaria, y las segundas la inmersión conformista en un ambiente donde los cinco sentidos llenan todo el horizonte vital. Pablo Neruda recibió el Premio Nobel en 1971.

En la actualidad la novela se dispersa en numerosas corrientes. Destaca José Donoso, quien ensaya conflictos de real hondura psicológica en “Coronación” y “Este Domingo”, muestra una desconcertante faceta en “El lugar sin Límites”, que con fría y apasionada curiosidad remueve los fondos más turbios del ser humano, en el lenguaje directo y alucinante del realismo, que rompe con todos los tabúes y las convenciones. Jorge Edwards, es otro nombre indispensable en cualquier antología, no sólo de la literatura chilena, sino de la literatura hispanoamericana. Severo, de rigurosa conciencia creadora, analiza la paulatina descomposición de la sociedad burguesa y tiende, por exigencia de un espíritu sobrio y preciso, hacia una novela que a veces bordea el objetalismo. Entre los cuentos de “Gentes de la Ciudad”, “El Peso de la Noche” y “Las Máscaras” su rigor formal gana en hondura, transformándose por una inflexible conciencia crítica. Finalmente es de resaltar la figura de Isabel Allende, quien en los últimos años ha saltado a la fama con su literatura fantástico-realista explotando el filón que revelara García Márquez. Novelas como “Eva Luna”, “La Casa de los Espíritus” y “De Amor y de Sombra” han tenido un gran éxito de librerías y también de taquillas, al ser llevadas las dos últimas con cierta fortuna al cine.
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