Los vándalos siglo V, los bizantinos siglo VI, los musulmanes siglos VIII y IX e incluso los normandos IX fueron algunos de los pueblos que intentaron asentarse en este punto estratégico del Mediterráneo. Pero no fueron sino los árabes los que, hasta el siglo XIII, disfrutaron por más tiempo de la riqueza insular. Madina Mayurqa fue entonces lugar de encuentro de poetas, filósofos y comerciantes.
Pero el dominio árabe desapareció tras la conquista catalano-aragonesa conseguida por el Rey Jaume I. Su sucesor, Jaume II, no pudo evitar que el efímero Reino de Mallorca desapareciera en 1349.
Después, la ciudad vivió siglos de pestes, revueltas campesinas, luchas entre los habitantes de Palma y el campesinado, inundaciones del torrente, duras represiones del Santo Oficio. Hasta que, tras la Guerra de Sucesión de 1715, los mallorquines perdieron sus derechos civiles. La ciudad se quedó en simple capital de provincia, obligada a castellanizarse y convertida en asilo para fugitivos, cárcel para disidentes o escondite para los liberales del reinado absolutista de Fernando VII.
Pero afortunadamente, el turismo llegó a mediados del siglo XX y devolvió, como al resto de las Islas Baleares, el esplendor perdido de antaño.