Desde su fundación, Ginebra siempre fue una ciudad urbana, jovial y moderna, pero todas estas características cambiaron en el siglo XVI, al convertirse en una capital protestante en la que se prohibió toda manifestación pública y privada de alegría y gozo. Muchos marcharon de la estricta Ginebra y del calvinismo, pero fueron más los que se convirtieron a la nueva religión. A este hecho hay que sumar otro: la llegada de ingleses, españoles, italianos y hugonotes, todos huyendo por temas religiosos. Estas gentes enriquecieron la ciudad considerablemente y Ginebra experimentó un importante crecimiento.